¿Quiénes somos?

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Este blog surge como una herramienta indispensable para la difusión del proyecto "Estudios Afroamericanos. Los aportes africanos a las culturas de Nuestra América" desarrollado en el Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe (CIALC).

Las "nuevas" tecnologías representan una ayuda importante para la propagación de información de manera masiva; es por esto que hemos decidido valernos de estas herramientas para difundir las actividades que realizamos, además de nueva información y material con temática afro que sirva para el rescate de nuestra tercera raíz; misma que ha sido ocultada en todos los proyectos de nación americanos.

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viernes, 30 de diciembre de 2011

Lo afro en México, una visión muy general

 

 

Nuestras raíces negras: los afromexicanos y el mestizaje negado

Una vieja columna del académico y columnista, Carlos Tello Díaz, nos remite a una de las páginas más desconocidas de nuestra historia. La raíz negra de México cuya influencia genética y cultural está realmente presente en una sociedad que niega sus complejos orígenes más allá de lo prehispanico y lo español.

Los negros en México / Carlos Tello

México negro

(Foto: esteyonage.blogspot.com)

¿Qué festejamos los mexicanos el 12 de octubre, Día de la raza? Festejamos al indígena, sin duda, el origen de la raza con la que nos identificamos. No celebramos a los blancos, mucho menos a los negros. Pero también ellos son nuestras raíces -también los últimos, aunque no lo queramos reconocer los mexicanos, para quienes los negros son personajes tan exóticos como Memín Pinguín.

Gonzalo Aguirre Beltrán (1908-1996), cortesía de la Universidad Veracruzana

En 1946, el antropólogo Gonzalo Aguirre Beltrán publicó un libro que es fundamental en su bibliografía, en el que demostró la importancia del elemento negro en la conformación de nuestra raza: La población negra de México. Durante la Colonia, más de 20 negros de África entraron a América por cada blanco de Europa. Estuvieron concentrados, como sabemos, en regiones muy específicas: el sur de Estados Unidos, las islas del Caribe, la costa de Brasil, pero llegaron también a México. Los negros fueron introducidos a la Nueva España con la Conquista (Bernal Díaz del Castillo menciona a uno en especial que estaba enfermo de viruela, quien causó estragos entre los habitantes de Tenochtitlan). Su número creció con la división de la sociedad en castas (llegaron más negros que blancos a la Nueva España) y decreció más tarde con el declive de la esclavitud, para desaparecer al fin por medio del mestizaje en el curso del siglo XIX, consumada ya la Independencia.

“Los negros fueron en México un grupo minoritario”, anota en su estudio Aguirre Beltrán. “Representaron del 0.1 al 2 por ciento de su población colonial; el número de los introducidos por la Trata no fue mayor a 250 mil individuos en el curso de tres siglos”. Pero los productos de su mezcla fueron considerables. Al finalizar la Colonia, añade, “el 10 por ciento de la población era considerado como francamente afromestizo”.

Los documentos de compraventa de esclavos que conservan nuestros archivos dan a conocer el origen de los negros que llegaron aquí, así como la fecha de su introducción. Los primeros en llegar fueron los negros islamizados del oeste del Sudán; luego llegaron, masivamente, los negros de habla bantú provenientes del Congo; finalmente, a principios del siglo XVIII, llegaron unos pocos grupos extraídos del Golfo de Guinea. La leyenda nos asegura que se fincaron en las costas, sobre todo en los estados de Veracruz, Oaxaca y Guerrero. Los estudios etnográficos demuestran por el contrario que los negros, además de trabajar en los trapiches y las haciendas de tierra caliente, fueron también requeridos en vastos números en las explotaciones mineras del altiplano y las sierras altas, así como en los obrajes de las ciudades más grandes. (Un estudio reciente de la antropóloga Blanca Lara Tenorio, Presencia afromexicana en Puebla, da cuenta de los negros que trabajaban como choferes y sirvientes en aquella parte del país, provenientes de Angola, Biafra y Zape).

Las castas y los negros

El español trató de apuntalar su hegemonía sobre los demás grupos de población -indios y negros, la mayoría- a través de un sistema de castas que pretendía conservar su pureza. Prohibió el matrimonio con negros y creó el clima propicio para evitar el matrimonio con indios. Pero no lo consiguió, en parte por la escasa inmigración de mujeres españolas y en parte por los estrechos y cotidianos contactos que mantenía con los indios y los negros -quienes a su vez, ante la carencia de mujeres negras, buscaron a las indias. La pintura de castas, el libro que acaba de publicar la editorial Turner con un texto de Ilona Katzew, curadora de arte latinoamericano en Los Ángeles, registra tanto la jerarquía como la mezcla de la sociedad novohispana.

El sistema de castas reafirmó lo “bajo” de la negritud

Los blancos, entonces, ocupaban el rango más alto de la sociedad; los negros el más bajo, pues los indios estaban protegidos por la Corona. Los maestros José de Ibarra y Juan Rodríguez Juárez, entre otros, ilustran en el libro, con sus pinturas, las castas intermedias: negro con español: mulato, negro con indio: chino, mulato con chino: lobo, mulato con español: cuartero, cuartero con español: saltapatrás (ése es el sentido de saltapatrás: implica una rectificación en el linaje).

La negritud en minoría

Las poblaciones negras de México no tuvieron nunca la densidad que tuvieron las de Cuba y Brasil. Allá pudieron conservar, por ejemplo, sus creencias religiosas: en la santería y en el candomblé. Aquí no.

“El negro no pudo reconstruir en la Nueva España las viejas culturas africanas de que procedía”, continúa Aguirre Beltrán. “A diferencia del indígena que, reinterpretando sus viejos patrones aborígenes dentro de los moldes de la cultura occidental, logró reconstruir una nueva cultura indígena, el negro sólo pudo, en los casos en que alcanzó un mayor aislamiento, conservar algunos de los rasgos y complejos culturales africanos”.

Estos rasgos y complejos culturales fueron identificados por él en 1958, al dar a conocer una investigación que vino a complementar la de 1946: Cuijla, esbozo etnográfico de un pueblo negro. El libro está concentrado en la población negra de la sierra de Guerrero, derivada básicamente de los cimarrones que reaccionaron contra la esclavitud, sumergida en un aislamiento mucho más pronunciado que el de la población negra de Veracruz. Aislada del exterior, sin caminos, Aguirre Beltrán pudo descubrir en ella la herencia de sus antepasados en África.

“Es posible identificar como africanos algunos hábitos motores, como el de llevar al niño a horcajadas sobre la cadera o el de cargar pesos sobre la cabeza”, señaló. “También es demostrable la asignación de un origen africano al tipo de casa-habitación llamada redondo, que tomaron en préstamo los grupos indígenas amuzga, mixteca y trique”.

Estos rasgos de Cuijla son compartidos por los negros de Tapestla y El Ciruelo, en Oaxaca, donde vive actualmente un conocido sacerdote de color de Trinidad y Tobago llamado el padre Glyn.

Proyecto de Susan Harp Sobre los afromexicanos

Los libros de Aguirre Beltrán, a pesar de mostrar la importancia de los negros en la formación de nuestra raza,no consiguieron poner ese tema en el centro de la reflexión sobre la idiosincrasia de los mexicanos. Nadie estaba en verdad preparado para ellos. “La ideología del nacionalismo”, comentaría después José del Val, “no permitió que los datos científicos permearan las conciencias ilustradas”. Pasaron varias décadas de olvido hasta que, al inicio de los ochenta, fue de nuevo retomado el aporte de los negros a la cultura nacional por el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla.

Guillermo Bonfil Batalla (1935-1991), cortesía de toltecayotl.org

Surgió entonces el interés por la llamada tercera raíz, alrededor de la cual han surgido varios proyectos, entre ellos el que dirige Luz María Martínez Montiel (“Afroamérica: la tercera raíz”) en el INAH, el que culminó en un libro de fotos (Tierra negra de Maya Goded)y el citado antes (Presencia afromexicana en Puebla) de la investigadora Blanca Lara Tenorio. Son iniciativas muy importantes, que sin embargo no han aún dejado huella en la conciencia de la sociedad.

“Los estudios existentes sobre los inmigrantes africanos señalan que los mexicanos somos descendientes de ellos en mayor o menor grado”, señala en efecto Lara Tenorio, “aunque ciertamente ésta es una afirmación que muy pocos ciudadanos aceptan”.

En el mapa sobre la diversidad étnica que publicó Conaculta a través de la Dirección de Culturas Populares a fines de los noventa, por ejemplo, que incluía 62 pueblos indios, no aparecen los negros de la costa de Oaxaca.

Memín Pinguín, de lo exótico a lo real

Memín Pinguín es el negrito más famoso de México. Pero su origen también es equívoco. ¿Cómo nació Memín Pinguín? “Pues no sé”, decía su creadora, Yolanda Vargas Dulché. “Me pidieron un argumento para niños y aquí en México no hay negritos. Entonces yo dije: Lo voy a poner negrito”. La creadora del negrito más famoso del país pensaba que aquí no hay negritos. Creado por ella en 1945, cuando lo publicó por primera vez en la revista Pepín, la tira cómica del personaje fue reeditada ahí mismo durante los cincuenta y desde entonces ha tenido un éxito sorprendente: en los setenta y ochenta, por ejemplo, vendía un millón y medio de ejemplares por semana. Sus editores más recientes lo describen así: “un negrito simpático y dicharachero, de baja estatura, que gracias a su buen humor y a su particular forma de ver el mundo conquista el corazón de sus compañeros”. (Su manera de ser es de hecho parecida a la del Negrito Sandía de la canción de Cri-Cri).

Ese negrito simpático y dicharachero estaba a punto de morir en el olvido cuando, hará ya cuatro meses, apareció en una serie de estampillas dedicadas a la caricatura en México. Por esos días de finales de junio, el corresponsal en México de Associated Press mandó una nota escandalizada a los diarios de Estados Unidos. “El gobierno mexicano emitió una estampilla postal representando una caricatura exagerada de un personaje negro conocido como Memín Pinguín”, decía. El New York Times y Washington Post comentaron el asunto. Entonces vino la protesta de líderes negros como Jesse Jackson. Incluso de la Casa Blanca: “Imágenes como ésta no tienen lugar en el mundo actual” (Scott McClellan, vocero del presidente Bush), “Es totalmente impropio” (Steve Hadley, jefe del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, quien poco después olvidaría a los negros de Nueva Orleans).

Los timbres provocaron una reacción explicable porque hacía apenas un par de semanas Fox había dicho que los mexicanos hacían trabajos en Estados Unidos “que ni los negros quieren hacer”. El rechazo de los americanos, en todo caso, hizo que creciera la popularidad del negrito simpático y dicharachero: artículos en la prensa, colas de gente para adquirir las estampillas en el Palacio de Correos, “edición homenaje” de Memín Pinguín, publicada a colores por el Grupo Editorial Vid que dirige el hijo de Vargas Dulché.

Negando la otredad

El episodio fue importante por ser revelador de nuestra relación con los negros. Los vemos ajenos a nosotros, no los identificamos como lo que son: parte de nuestra raíz, porque no los registramos a nuestro alrededor: han sido diluidos por el mestizaje. Es una visión muy distinta de la que existe en Estados Unidos, un país profundamente racista porque no conoció el mestizaje, en contraste con Brasil o Cuba, o incluso México. Allá los negros son negros y los blancos son blancos. Son iguales pero viven separados, según una consigna de los sesenta que aún tiene vigencia. La marginación histórica que han sufrido los negros en Estados Unidos -que según Tocqueville podía ser remediada sólo con el mestizaje- los ha hecho especialmente sensibles a la discriminación, por lo que es necesario referirse a ellos con expresiones políticamente correctas que cambian con el tiempo (antes era Negroes, ahora es Afro-Americans).

Trabajo de Iván Cadín sobre los afromexicanos

México no quiere reconocer que tiene también una raíz negra, pero sabe que sus orígenes son indios y blancos y por eso es una nación menos racista que Estados Unidos. Es clasista, no racista. El desprecio por los indios o los negros, frecuente en algunas partes del país, tiene una raíz sociocultural, no racial. A nadie se le ocurre ver hacia abajo a un mulato si ese mulato es, por ejemplo, un banquero muy exitoso que habla francés a la perfección y viaja en su avión particular -o si ese mulato es, como lo fue Vicente Guerrero, un héroe de la patria.

Vicente Guerrero, héroe y mulato

El hecho de que ambos sean mulatos, al contrario, pasa casi inadvertido. Por la razón que ya fue dicha:porque los mexicanos no aceptamos que descendemos también, en mayor o menor grado, de los negros que llegaron a la Nueva España.

 

Consultar original en: http://goo.gl/1Otzt

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