¿Quiénes somos?

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Este blog surge como una herramienta indispensable para la difusión del proyecto "Estudios Afroamericanos. Los aportes africanos a las culturas de Nuestra América" desarrollado en el Centro de Investigaciones de América Latina y el Caribe (CIALC).

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domingo, 14 de octubre de 2012

SE APRENDE A SER RACISTA Y A SER ANTIRRACISTA: TEUN VAN DIJK. COLOMBIA.

Este reconocido lingüista holandés, llegó al país como invitado al congreso de Análisis del Discurso

El holandés Teun Van Dijk es uno de los lingüistas más reconocidos en el mundo por estudios y análisis sobre el discurso. Desde hace 30 años, centró sus investigaciones en determinar cómo las palabras promueven, de forma consciente o inconsciente, la violencia, la discriminación y la desigualdad.

"Estudio el discurso del racismo como sistema de dominación", afirma Van Dijk, que está en Colombia como invitado al congreso de la Asociación Latinoamericana de Análisis del Discurso, Alad (que él cofundó hace 16 años), y a inaugurar el doctorado de Educación y Sociedad en la Universidad de la Salle.

Van Dijk ha analizado el tema tanto en Europa como en países latinoamericanos, tanto que uno de sus libros lleva como título Discurso y racismo en América Latina. En este caso habla de la situación de exclusión de grupos indígenas y afrodescendientes.

Usted plantea que el racismo se reproduce principalmente mediante las élites...
Si buscamos la responsabilidad primera, vamos a encontrarla en las élites, en efecto. El racismo no es innato. Nadie nace siendo racista. Se aprende a serlo mediante el discurso, primero el que recibes de los padres, luego el que lees en los libros de texto, después en la televisión, y luego en los discursos públicos, de los políticos. Los responsables de estos discursos pueden resumirse en tres P: políticos, profesores y periodistas. Son ellos quienes tienen el control del discurso y, desde esa posición, exageran las diferencias entre nosotros. Pueden hacerlo por medio de una discriminación abierta -no dejar entrar a tu barrio, a tu oficina, a tu tienda, a tu país a quien es diferente- y una discriminación no visible, cuando las diferencias están en tu mente y de forma normal asociamos lo negativo con otros y lo positivo con nosotros.

¿Se trata siempre de una conducta intencional?
No necesariamente. La gente a veces ni siquiera se da cuenta. Entonces se pregunta: "¿yo, racista?". Pero si observas los diarios ves que hay 100 artículos sobre indígenas o afrolatinos, por ejemplo, y todos tratan de temas negativos. Es algo que ya forma parte de la cultura. Muchos hombres también son machistas sin darse cuenta. Por eso la sociedad necesita des-aprender este comportamiento. No va a cambiar de forma espontánea. Con el racismo explícito es más fácil, porque es más reconocible. De hecho, hay leyes contra la discriminación en todos los países; en Colombia está la Constitución del 91. Pero luchar contra lo implícito es más complicado. De acuerdo, contratas a un negro en tu empresa. Pero ¿y si luego no cooperas con él en el trabajo? ¿Eso cómo lo controlas?

¿Cuáles son las estrategias de discriminación que ve con más frecuencia en los textos?
La más sencilla: enfatizar lo positivo de nosotros -los blancos, los modernos, los buenos- y lo negativo de las minorías. En los discursos de los diarios puedes ver las imágenes que utilizan, qué citan, a quién entrevistan, a quién no le dan la palabra. Cuando hay un conflicto ético en el país, por ejemplo, ¿a quién le van a preguntar primero? ¿A los líderes de las minorías? No. Van a hablar otra vez con el alcalde o el presidente o el abogado blanco.

Habla del uso de las metáforas como algo recurrente.
Las metáforas son muy típicas. Una pregunta: ¿cómo llegan los inmigrantes a España? ¿En avión? ¿En barco? No. Ellos vienen "en olas". Siempre vienen en olas. Así los describen. Es una metáfora muy fuerte porque de inmediato evoca avalancha, una idea negativa. Sientes ahogarte en los inmigrantes. Lo mismo sucede con la ola de delincuencia que se lee en América Latina. Cada palabra provoca una comunicación emocional que debe tenerse muy en cuenta.

¿Tendría que pensarse, según usted, en un cambio desde los libros escolares?
Tiene que ser desde ahí, porque en los libros infantiles ya están inmersos estos conceptos. En esos libros, los héroes son los chicos y no las chicas. Y los chicos blancos. De pronto aparece un amigo de color o un indígena, pero nunca es el protagonista. La representación de la minoría es nula. En los libros de texto de las escuelas se habla de que los indígenas eran grandes guerreros. Eran. Pero ahora son salvajes e, incluso, terroristas porque están ocupando tierras, sus propias tierras, por cierto. En estos textos empieza el énfasis que planteo: lo bueno de nosotros y lo malo de otros.

De acuerdo con sus estudios, ¿se debate lo suficiente sobre racismo y exclusión?
De racismo no se habla. Es casi imposible. Doy un ejemplo: hace poco hice un análisis del diario El País, de España. Sumé cuatro mil artículos referentes a racismo, pero todos hablaban de otro país. Nada sobre España. Solo uno se refería al racismo español, pero la mitad del texto era negándolo. Esto es grave, porque de la misma manera que se aprende a ser racista, se aprende a ser antirracista. Pero sin hablar es imposible.

¿Ha visto avances en el discurso sexista?
Es un hecho que el feminismo de los años 60 cambió mucho el discurso sexista, lo hizo más diverso y más inclusivo. Ha cambiado, aunque no está aún en un estado perfecto. Es cierto que hay presidentas en varios países latinoamericanos, por ejemplo, pero eso no quiere decir que las mujeres de esos países tengan poder.

¿Y el discurso sobre la comunidad homosexual?
No es un tema en el que me haya centrado. Pero la discriminación funciona de igual forma y a veces peor. Si una minoría se combina con otra -sexualidad diferente en este caso- es mucho más complicado. Una mujer negra y homosexual, por ejemplo. Pero, en general, las estructuras de discriminación son las mismas. Sus análisis hablan de la importancia del contexto.
Es indispensable analizar el discurso completo. La interpretación siempre va a depender del contexto. Tú puedes decir las mismas palabras, pero con intenciones diferentes.

Un discurso tiene la fuerza de unir o desunir...
Totalmente. Por eso en mis investigaciones hablo del discurso como forma de inclusión o de exclusión en la sociedad. El racismo es la exclusión de las minorías. Está lo explícito -el policía que en la frontera no te deja entrar o te controla de más-, pero está el discurso, también. El no darte la palabra, no pedirte la opinión, no hablar sobre tus problemas o minimizarlos. Como un discurso desune, puede unir. El feminismo es un ejemplo: fue posible gracias a la solidaridad de las mujeres.

Es importante para la paz.
Hablar es la manera más importante de hacer la paz, aunque muchas veces también es la condición de hacer la guerra. Grandes matanzas de la historia han sido causadas por discursos. La matanza masiva de los judíos empezó con una preparación de la mente mediante el discurso. Todas las formas concretas de discriminación -no dar trabajo, no dejar entrar en tu familia, casa, barrio, club- se preparan primero con palabras. Porque tú solo puedes excluir cuando antes tienes una idea de que otro es diferente. El discurso es muy poderoso y la gente no se da cuenta de su poder . Por un lado, es la forma de interacción entre las personas y, por otro, es fundamental en la creación de los modelos y los esquemas mentales.

Se supone, además, que mantener el racismo favorece a las élites de las que usted habla...
El racismo es un sistema de dominación, y obviamente la dominación tiene grandes ventajas. Si los hombres no quieren a las mujeres en sus empresas, es porque pretenden mantener en sus manos el control, los mejores sueldos, las mejores posiciones. Lo mismo sucede si no dejas entrar a determinados grupos en tu país. Todo tiene que ver con intereses socioeconómicos. Las élites no quieren compartir el poder. Lo que he descubierto en mis análisis de textos es que la prensa de izquierda -que antes se alejaba de los discursos de exclusión- es la que actualmente más critica las cuotas de gente negra, de mujeres y de minorías. El discurso que antes pertenecía explícitamente a los grupos considerados de extrema derecha ahora se repite en todos los partidos políticos. Es algo que veo en mis estudios.

¿Conoce casos en los que ha logrado modificarse este comportamiento?
Claro. El ejemplo del discurso feminista esta ahí y tiene influencia en muchas áreas de la sociedad. Con el racismo hay muchos menos casos, incluso en países donde las minorías son casi mayorías, como en Brasil. Pero siento que si enseñamos sobre el tema (que es lo que yo hago) hay una posibilidad de ir desarrollando un discurso antirracista, de que la próxima generación de periodistas a los que damos clases sepa lo que es racismo en la prensa. Es un comportamiento de siglos y aprender lo contrario exige paciencia. Es un proceso muy lento. Se trata de cambiar la cultura y la mente de la gente, no es una cosa que se solucione con una ley. El discurso oficial puede incluso no ser no racista, pero eso no querrá decir que haya cambios en la calle.

María Paulina Ortiz
Redacción EL TIEMPO

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